No es un trabalenguas, ni estoy hablando al revés. Majulah Singapura es el himno de Singapur, que celebra hoy su 53 aniversario, y traducido del malayo (aunque está “singlishizado”) significa Adelante, Singapur. Este día se convierte en una ocasión más para iluminar la ciudad, con las calles llenas de vida y el cielo invadido de banderas y fuegos artificiales. Me pongo un pelín nostálgica porque, si el destino no hace alguna de las suyas, esta será la última fiesta nacional que pasemos aquí. Y así quiero recordar este país, como la Tómbola de Marisol, “de luz y de color”.

El verde es el color que asocio a Singapur y no el rojo de su bandera, que todo lo inunda en estos días. Con permiso de Federico García Lorca y su Romancero sonámbulo, “verde que te quiero verde” es un verso que le va muy bien al país. La vegetación se cuela hasta la ciudad: en un parque, en un tejado, en las aceras o en un rascacielos, incluso. Y esto, para una urbanita recalcitrante como yo, que no le veo el encanto al campo ni para coger aire, me da la dosis silvestre suficiente para sentirme cerca de la naturaleza. Más de un cuarto del territorio de Singapur es verde y es la primera de las diez ciudades con más árboles por metro cuadrado del mundo. Esos árboles majestuosos que me dejan embobada cuando los (ad)miro. No por nada los locales llaman a esta urbe City in a garden.
Esta ciudad tiene un equilibrio perfecto entre lo nuevo y lo viejo, entre el cemento y el césped, entre lo grande y lo pequeño. Hay espacio para todo y para todos, a pesar de su diminuto tamaño, sin dar una sensación de claustrofobia o aglomeración. Aquí se esfuerzan por encontrar soluciones creativas y avanzadas tecnológicamente para la conservación medioambiental (aunque cojeen en otros aspectos, como el reciclaje). El colmo de esta ingeniería sostenible sería el puente verde que pasa sobre una de las autovías y que permite que los animales salvajes crucen sin peligro de ser arrollados. O los edificios que integran auténticos vergeles en sus estructuras.
Tanto verdor trae un poquito de alivio al calor de estas latitudes, porque no puedo imaginar lo que sería esta isla si solo hubiera asfalto. También alberga una fauna maravillosa que convive como puede con la ciudad y sus habitantes humanos. Me fascina que por las mañanas temprano, en pleno Orchard Road, puedas ver gallos y gallinas paseando a sus anchas. Que en los parques haya pájaros de todos los colores, incluidos, para mi asombro, tucanes espectaculares. Se pueden ver familias de nutrias en las proximidades más concurridas del río y lagartos del tamaño de un triciclo buscando su comida en los estanques del Jardín Botánico. Hay caracoles como puños de grandes, monos traviesos que se cuelan en algunos jardines particulares y hasta tímidos pangolines que habitan en las reservas naturales.
Quizás tarde un tiempo en regresar a este país y me tendré que resignar a que mi pequeña Miss Sunshine piense que los edificios de Madrid son aburridos. Es posible que no vuelva a ver tanta diversidad cultural, racial, religiosa y vegetal junta. Quién sabe, porque al universo le gusta hacer malabares con mi vida y lo mismo termino viviendo en Suiza, adepta al senderismo y entregada a una vida bucólica. Pero no creo que pueda volver a enamorarme de un parque como de Fort Canning.
Hola! Por lo que leo en tu post, acabas tu etapa de expat. Yo regresé de Dubai hará un año y medio asi que me queda lejos ya mi experiencia expat. Seguro que te llevarás grandes recuerdos de Singapur, que por lo que cuentas debe ser ¡una pasada!. Suerte en tu regreso!! Saludos!
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Gracias, Helga. La experiencia Expat es siempre positiva y a nosotros este país nos ha dado mucho. Veremos dónde nos lleva la próxima parada. Un abrazo 🤗
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