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VEJEZ

A todos nos inquieta envejecer, perder la frescura en la piel, la espontaneidad de la juventud. Asusta el momento de rendirse y no querer seguir cuando ya no te reconoces. Tu vida libre e independiente no te pertenece más, la edad te la arrebata, la salud te la deforma, tu espíritu se esfuma. El invierno, y no el otoño, se hace fuerte en tu cuerpo, en tu mente. La nieve no sólo cubre la cabeza, todo se va helando en tu interior. ¿Dónde quedaron las primaveras, dónde la ilusión? La energía se agota: ya no hay pilas que reponer o batería que recargar.

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No es esa vejez de anuncio donde eres dueño de tu vida, intensamente trabajada, cuando descubres que has hecho todo lo que debías y sólo queda disfrutarlo; todo lo que soñabas que harías al alcanzar la jubilación, sin más preocupaciones que aprovechar ese tiempo que sabes finito. No debes explicaciones, ni cuotas, no hay compromisos que atender por obligación. Hablo de la vejez última, donde ya no hay cruceros ni playas y no queda más que una compañera de viaje que tarda en llegar.

Esa vejez tan rastrera se lleva a mi padre, como se llevó a otros muchos. Esa que aparece  de golpe, como una ola de frío polar. Entre pellejo y huesos asoma una sombra difusa de lo que fue una vida plena. El tesón, la palabra, la simpatía y la autoridad se han diluido. Derrotado, no puede más que desear el final de la historia, mientras el camino hasta la meta se hace cada vez más empinado. No hay rastro de las horas de gimnasio y sol, de la fuerza, el orgullo o la coquetería. Atrás queda la dignidad. La voluntad no cuenta para terminar el juego, no sirve el órdago a la grande ni la escalera de color. Se deja ir, sin ánimo para tomar las riendas de un destino ya superado. Sólo le queda esperar, resignarse y olvidar el ayer, el mañana y el hoy.

Es duro asistir a esa decadencia y no poder hacer nada para apuntalarla. Mucho menos para detenerla. La impotencia acompaña a un estado inexorable, una condición que nos llegará lentamente a todos si el azar no lo impide. La existencia se disuelve en achaques que no cesan y sólo persiste la compasión por lo que uno ya no es. El olor de la vejez lo impregna todo: huele a tiempo consumido, a desesperanza y a desgana. Las fuerzas abandonan como ratas que huyen del naufragio. La vida se escapa dando guerra en estertores de lucidez que se resisten a claudicar. Memoria cabrona que devuelve imágenes de un pasado lejano, con peleas y besos, gritos y risas, odio y amor. Soy el fruto de sus luces y sus sombras. Puedo vivir sin él, pero no quiero recordarle así.

18 comentarios en “VEJEZ”

  1. uffff…… Que claro lo has expuesto, pero que duro es vivirlo. Sobre todo cuando ves que una enfermedad tan dura se lleva poco a poco la vitalidad y el propio ser de la persona. Pasa el tiempo, empiezas a recordar mejores épocas, pero por desgracia nunca olvidas sus últimos días. Sólo queda cambiar esos recuerdos por otros mejores, por tantos y tantos buenos momentos vividos. Ánimo cariño, la impotencia es horrible, pero con abrazos y mimos consigues mejorar el día a día.

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  2. Aww yo muchas veces me he sentido perseguida por el pasar de los años. A veces siento un fuerte impulso de querer detener el tiempo y que no avance mas. Envejecer en el fondo me atemoriza, sobre todo por el miedo constante de llegar rápido a la muerte. Lo que paradojicamente no es una garantía de vivir mas, la muerte se lleva a viejos y jóvenes de igual forma.

    Hermoso tu pensamiento.
    Saludos

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