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REFLEXIONES

Qué pena de mundo éste que nos hace temer a nuestros vecinos. Qué incoherencia de hombres que se dejan cegar por ritos inhumanos. Una barbarie cada día, cada semana, en cualquier rincón del planeta. Una misión divina que cumplir o simplemente una sinrazón contra el más débil. ¿Cómo quitarnos el miedo a una piel diferente? ¿Cómo no temer una mirada recelosa? Viajamos con angustia, caminamos aislados, sospechamos de un velo. ¿Dónde aprendieron esos cafres a matar a los que son diferentes, a violar a quienes tendrían que dar vida, a torturar a quien no piensa igual? Han perdido la capacidad de ver el dolor en sus caras, los gritos en sus ojos. Han olvidado la compasión por instinto o, quizás, nunca la sintieron. Desandan el camino de la historia, deshonran a profetas y a madres, se fuman el opio del pueblo, exhalando odio y temor.

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No creo que sea necesario un Dios para vivir, pero deberíamos respetar a todo Dios. La empatía es la mejor fe, y los que no son capaces de mirar con los ojos del otro por un momento, calzar sus zapatos, vestir su piel, no lo entienden. Pero los terroristas no son los únicos desalmados, lo son también los corruptos, los violadores, los pederastas, los fanáticos de cualquier misantropía. Los que ejercen la prepotencia de sus creencias, la arrogancia de su ego, la satisfacción de sus deseos. No quiero vivir en un campo de batalla, no somos enemigos por ser diferentes. Tememos lo desconocido, pero adoramos los unicornios, las hadas, los dragones, la Tierra Media. ¡Despertad! No hay nadie a quien derrocar en esta vida en serie, no pasamos de pantalla acumulando muertes.

5297_html_m6397a5d6Quisimos que todo fuera tan perfecto que hemos transmitido nuestro miedo inyectado de culpa a nuestra prole. Protegemos demasiado a nuestros hijos, temiendo exponerles a lo que nos es extraño: el inmigrante que habita las ciudades, el que malvive, el que no tiene las mismas oportunidades. Que no conozcan los peligros de la calle. Esa calle que un día fue nuestro cuarto de juegos. Los niños de hoy montan bicicletas homologadas en recintos acolchados, evitando charcos de plástico y lanzando balones reglamentarios a sus amigos clonados. Malcriamos, desoímos, abrigamos contra un frío inducido, pretendemos, abusamos. Yo soy más que tú y no hay caridad que valga. Sé el primero, sé el mejor. Saluda, da las gracias, sonríe, comparte, ayuda, no pegues, no grites. No señales. Porque se empieza con el índice para después apuntar con el puño, arropado por los inseguros hasta desatar una jauría humana. Se harán fuertes en su obtusa unidad y clamarán desde los púlpitos, arengando a los cobardes para acabar con el que lleva una barba muy larga, una falda muy corta, una idea en la mente o una pluma de más.

Todos creamos los monstruos a los que nos enfrentamos, hemos cultivado el odio de los intolerantes. Futuro versus pasado. Una flor contra una bala. La otra mejilla frente a la ley del talión. ¿Cómo paramos esto?

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